Tormentas

Puede que el pueblo de Pelayo y Elisenda sea pequeño, pero tiene poco de tranquilo, ya que las tormentas se suceden una tras otra.

La primera es real, con inundación y truenos incluidos, pero las siguientes son metafóricas:

"En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte".

La cantidad de curiosos que quieren ver al hombre viejo es tal, que se convierten en una fuerza tan destructiva como la tormenta que lo trajo. El narrador incluso compara al ser alado con una tormenta:

"Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo".

¿De qué hablas, Shmoop? Ahí no se describe ninguna tormenta.

Tienes razón, pero fíjate en la palabra "cataclismo", un cataclismo es un acontecimiento con grandes efectos destructivos. En este caso, da la impresión de que aunque el hombre viejo parezca sereno por fuera, en realidad sea una supertormenta aguardando el momento de descargar su ira sobre el pueblo.

Pero no lo hace, por lo que nos topamos con otro contraste. El potencial que tiene este suceso de convertirse en algo que puede cambiar la vida, y el hecho de que en realidad no sea más que un acontecimiento extraño que Elisenda olvida tan pronto el hombre desaparece en el horizonte.