Casas

Si tuviéramos que asignar un género a las casas de la novela, diríamos que la gran casa de la esquina es femenina y que la casa de campo Las Tres Marías es masculina.

Está bien, es posible que lo estemos simplificando demasiado; sin embargo, sí que da la sensación de que a lo largo de la mayor parte de la novela, el espacio se divide en zonas femeninas y masculinas. En su mayor parte, Esteban Trueba domina la casa de campo y la sección frontal de la gran casa de la esquina, mientras que su esposa lleva la batuta en las estancias posteriores. Echemos un vistazo a las descripciones que se hacen de dichas áreas, y veamos cómo se relacionan con los aspectos masculino y femenino de la novela.

Ciertas características, como la fuerza, la actividad física, la iniciativa y una valorización de la cultura europea y norteamericana sobre la latinoamericana, están asociadas con las áreas dominadas por Esteban Trueba, la fuente de masculinidad del libro. Esteban arregla la casa de Las Tres Marías con sus propias manos y unos cuantos manuales de instrucciones, empleando a sus inquilinos como peones y comandándolos con puño de hierro. Amuebla la residencia con "piezas grandes, pesadas, ostentosas, hechas para resistir muchas generaciones y adecuadas para la vida de campo", y las acomoda "contra las paredes, pensando en la comodidad y no en la estética" (2.54). Aquí no tienen cabida la creatividad ni la inspiración. Cuando el terremoto destruye la casa, Esteban la reconstruye exactamente igual. La naturaleza sobrenatural de Clara tampoco parece influir en Las Tres Marías, ya que siempre está demasiado ocupada intentando mejorar la calidad de vida de los inquilinos, y no tiene tiempo para organizar ninguna actividad espiritual.

En el momento de su construcción, la gran casa de la esquina también tiene el sello de Esteban. Es "solemne, cúbica, compacta y oronda", fue construida para durar durante generaciones y puede albergar a muchos pequeños Trueba. Esteban la dota de un estilo europeo porque "deseaba que fuera lo más alejada posible de la arquitectura aborigen". Quiere que la casa refleje su riqueza y prestigio, además de un aspecto de orden y civilización, que, en su opinión, es "propio de los pueblos extranjeros" (3.63). La casa es toda robustez y líneas rectas, y la decoran refinados muebles importados.

Sin embargo, cuando Clara se muda a la mansión, su presencia impulsa el cambio. Aunque la gran casa conserva la fachada de estilo colonial, poco a poco Clara va dejando su impronta en el interior, hasta que este comienza a reflejar la espiritualidad, inspiración, creatividad y complejidad que la caracterizan. Al poco tiempo, la parte posterior de la casa se llena de "protuberancias y adherencias, de múltiples escaleras torcidas que conducían a lugares vagos, de torreones, de ventanucos que no se abrían, de puertas suspendidas en el vacío, de corredores torcidos y ojos de buey que comunicaban los cuartos para hablarse a la hora de la siesta". Estos cambios se llevan a cabo en base a la inspiración de Clara y a las instrucciones que recibe del mundo espiritual, y aunque puedan sonar caóticos, crean un mundo de paz y libertad para los personajes femeninos de la novela (9.45). También es importante añadir que la mansión "desafiaba numerosas leyes urbanísticas y municipales", porque recuerda a la forma en la que la magia femenina de Clara se enfrenta a la autoridad patriarcal (3.64).

Clara era el "motor que ponía en marcha aquel universo mágico" que era la gran casa, y tras su muerte, la energía espiritual y el flujo constante de su diseño arquitectónico llega a su fin (9.45). Al no contar con la presencia femenina de Clara para contrarrestar la energía violenta y masculina de Estaban Trueba, nadie se molesta en reparar las grietas de las paredes o los muebles rotos. La casa se convierte en una ruina.

Pero no te preocupes, el hecho de que Clara esté muerta no significa que la historia tenga que acabar como un desastroso baile de fin de curso, en el que los muchachos están a un lado y las muchachas al otro. Clara permanece en la casa espiritualmente, y ella y su esposo hacen las paces. Su reconciliación se refleja en la apariencia de la casa: la barrera invisible que separaba el territorio de Esteban en la parte delantera y las estancias posteriores de Clara desaparece, y la mansión recupera su antiguo esplendor. Esteban y su nieta Alba recorren toda la casa rindiendo tributo a los espíritus, y vuelven a colocar la alfombra hecha con la piel de Barrabás (el "maravilloso" regalo de boda de Esteban) en el cuarto de Clara.