Las brujas de Salem (El crisol)

Las brujas de Salem (El crisol)

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Para esta guía, usamos la traducción de Felipe Castro.
Puedes encontrarla aquí.

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En pocas palabras

Imagínense una época en la historia muy opresiva. Ropas ajustadas. Un protocolo social formal. Una histeria masiva que siembra la sospecha y la paranoia en comunidades enteras.

Si la primera imagen que les vino a la mente fue la de Betty Draper de Mad Men, felicitaciones, están en lo correcto. Pero si la primera imagen que les vino a la mente fue la de Anne Hale de Salem, felicitaciones, están en lo correcto.

Sí, Las brujas de Salem (o El Crisol) de Arthur Miller es una parábola que abarca siglos. Esta obra es una crítica del absurdo código de conducta puritano y el miedo a las brujas de Massachusetts en el siglo XVII y del ridículo sueño americano y el miedo a los comunistas en Estados Unidos a fines de 1940 y en la década del 50.

Naturalmente, a simple vista esta obra parece tratarse únicamente sobre los Juicios de Salem. Pero Arthur Miller quiso usar los juicios a modo de alegoría del Temor Rojo anti comunista y las sesiones del senador Joseph McCarthy en el Congreso de Estados Unidos en 1953, año en el que se estrenó la obra en el teatro.

Hay un sinfín de similitudes entre la descripción que hace Miller de la forma puritana de infundir miedo y el Macartismo. Basta comparar el eslogan de campaña de la era McCarthy: "¿Eres o fuiste alguna vez miembro del partido comunista?", con la pregunta de nunca acabar en Las brujas de Salem: "¿Viste a (ingresar nombre) con el Diablo?"

Y comparemos la vida (y — espoiler— la muerte) del protagonista Juan Proctor con las muchísimas personas cuyas vidas quedaron arruinadas tras ser acusadas de comunistas. Juan Proctor, cuyo romance con una joven desencadena la caza de brujas, es acusado de ser brujo cuando intenta alzarse en contra de las dementes acusaciones que atormentan a Salem. Como consecuencia, le ordenan que de los nombres de otros "brujos". Pero se niega, así que lo cuelgan.

Si bien el castigo por ser comunista en la era de McCarthy no era la pena de muerte, la carrera y la honra del acusado quedaban arruinadas. Por ejemplo, algunas de las mejores estrellas de Hollywood perdieron su trabajo debido a la caza de rojos.

Y muchos otros, entre ellos Arthur Miller, se indignaron y horrorizaron por la forma en la que los políticos estadounidenses de la década del 50 comenzaban a parecerse a los terribles políticos de Salem de 1692.

Esta obra se propagó como reguero de pólvora… y sigue causando explosiones hasta el día de hoy. Le valió a Miller un premio Tony. Fue llevada al cine en tres películas y al teatro en una ópera que ganó el premio Pulitzer. Y hace más de seis décadas que sirve a los estudiantes de literatura para comprender no uno, sino dos períodos de la historia de Estados Unidos donde se sembró el terror (¿el doble de placer, el doble de diversión?).

¿Y a mí qué?

Quisiéramos poder decirles que lean Las brujas de Salem por su increíble vestuario. O su diálogo enérgico. O su atractiva historia de amor prohibido. O por el hecho de que, oye: las brujas son bien chéveres.

Ojalá pudiéramos decir eso… pero no.

Hay algo en la potente combinación de miedo, ansiedad, pasión y recelo en Las brujas de Salem que nos resulta tan familiar que nos perturba. Más allá de la descabellada trama de la obra, hemos visto que estos acontecimientos se repiten en la historia una y otra vez. Las brujas de Salem da cuenta de la terrible frecuencia con la que la historia se repite a sí misma.

Es una parábola que cuenta la historia de una persecución, similar a la "caza de brujas", que tuvo lugar durante la época del dramaturgo Arthur Miller. Debido al miedo que generaba la propagación del comunismo, considerado una amenaza para la nación y la libertad individual, el gobierno estadounidense, liderado por el senador McCarthy, trató de localizar a todos los comunistas del país. Enjuiciaron a los sospechosos y los obligaron a "dar nombres" y a delatar a sus amigos y compatriotas. No pasó mucho tiempo hasta que el país se vio envuelto en una histeria moral.

Arthur Miller, un extraordinario dramaturgo, se dio cuenta de que la jerga de McCarthy se parecía mucho al lenguaje usado en los juicios a las brujas de Salem (unos 300 años antes), un período histórico que él había investigado en profundidad durante sus estudios universitarios. Por eso escribió esta obra.

Puede que esto no les parezca taaaan genial, si bien implica dos niveles de retro: la década de 1950 y la década de 1690. Seguro que están pensando: "Ah, qué ingenioso, una obra de moralidad pasada de moda".

Lo que por ahí no saben es que estos no son los únicos dos ejemplos de caza de brujas en la historia.

En los 80, se llevó a cabo una caza de brujas similar por el problema del abuso de niños. La Gran Purga de Stalin tuvo increíbles similitudes con una caza de brujas por su naturaleza errática y demente. Hoy en África, América Latina, y el Pacífico todavía se llevan a cabo cazas de brujas… Y sí, cazan brujas de verdad. Y en Estados Unidos se establece un paralelo entre los acontecimientos del Macartismo, los Juicios de Salem, y las medidas que se toman actualmente para protegerse de "la amenaza del terrorismo islámico nacida en el país".

¿Qué postura tomarían ustedes si la historia volviera a repetirse y quedaran atrapados en medio de una caza de brujas? ¿Mentirían para salvar a su familia? ¿Qué harían si se convirtieran en el chivo expiatorio? Arthur Miller nos ayuda a pensar cómo reaccionaríamos si nos encontráramos en esa situación… Además, nos hace pensar en lo sensibles que pueden ser los humanos cuando la justicia está en juego.

Y, en clave de humor, el vestuario puritano que llevan en la obra tiene mucha onda.

Frase Clave

"Un hombre puede creer que Dios duerme, pero Dios lo ve todo, ahora lo sé. Le ruego, señor, se lo ruego .., mírela tal como es [...] ¡Pretende saltar conmigo sobre la tumba de mi mujer! Dios me ayude, obedecí a la carne y en esos sudores quedó hecha una promesa. Pero esta es la venganza de una puta, y así tienen que verlo; me pongo enteramente en vuestras manos" (Acto III, página 94).